Comentario
De cómo supo Cortés que había bandos en aquella tierra
En este intermedio andaban algunos hombres en un cerrillo o médano de arena, de los que hay allí muchos alrededor; y como no se juntaban ni hallaban con los que estaban sirviendo a los españoles, preguntó Cortés qué gente era aquélla, que no se atrevía a llegar donde él y ellos estaban. Aquellos dos capitanes le dijeron que eran algunos labradores que se paraban a mirar. No satisfecho de la respuesta, sospechó Cortés que le mentían, pues le pareció que tenían gana de acercarse a los españoles, y que no se atrevían por los del gobernador, y así era; que como toda la costa y aun tierra adentro hasta México estaba llena de las nuevas y extrañas cosas que los nuestros habían hecho en Potonchan, todos deseaban verlos y hablarles; mas no se atrevían, por miedo a los de Culúa, que son los de Moctezuma. Así que envió a ellos cinco españoles que, haciendo señales de paz, los llamasen, o por fuerza cogiesen a alguno y se lo trajesen al campamento. Aquellos hombres, que serian cerca de veinte, se alegraron de ver ir hacia ellos a los cinco extranjeros; y deseosos de mirar tan nueva y extraña gente y navíos, se vinieron al ejército y a la tienda del capitán muy de su grado. Eran estos indios muy diferentes de cuantos hasta allí habían visto, porque eran más altos de cuerpo que los otros, y porque llevaban las ternillas de las narices tan abiertas, que casi llegaban a la boca, donde colgaban unas sortijas de azabache o ámbar cuajado o de otra cosa igual de preciada. Llevaban asimismo horadados los labios inferiores, y en los agujeros unos sortijones de oro con muchas turquesas no finas; mas pesaban tanto, que derribaban los bezos sobre la barbilla y dejaban los dientes por fuera, lo cual, aunque ellos lo hacían por gentileza y bien parecer, los afeaba mucho a los ojos de nuestros españoles, que nunca habían visto semejante fealdad, aunque los de Moctezuma también llevaban agujereados los bezos y las orejas, pero de agujeros pequeños y con pequeñas ruedecitas. Algunos no tenían hendidas las narices, sino con grandes agujeros; mas, sin embargo, todos tenían hechos tan grandes agujeros en las orejas, que podía muy bien caber por ellos cualquiera de los dedos de la mano, y de allí prendían zarcillos de oro y piedras. Esta fealdad y diferencia de rostro puso admiración en los nuestros. Cortés les hizo hablar con Marina, y ellos dijeron que eran de Cempoallan, una ciudad lejos de allí casi un sol: así cuentan ellos sus jornadas. Y que el término de su tierra estaba a medio camino en un gran río que parte mojones con tierras del señor Moctezumacín; y que su cacique los había enviado a ver qué gentes o dioses venían en aquellos teucallis, que es como decir templos; y que no se habían atrevido a venir antes ni solos, no sabiendo a qué gente iban. Cortés les puso buena cara y los trató halagüeñamente, porque le parecieron bestiales, demostrando que se había alegrado mucho en verlos y en oír la buena voluntad de su señor. Les dio algunas cosillas de rescate para que se llevasen, y les mostró las armas y los caballos, cosa que nunca ellos vieran ni oyeran; y así, andaban por el campamento hechos unos bobos mirando unas y otras cosas; y a todo esto no se trataban ni comunicaban ellos ni los otros indios. Y preguntada la india que servía de faraute, dijo a Cortés que no solamente eran de lenguaje diferente, sino que también eran de otro señor, no sujeto a Moctezuma sino en cierta manera y por fuerza. Mucho se alegró Cortés con semejante noticia, pues ya él barruntaba por las pláticas de Teudilli que Moctezuma tenía por allí guerra y contrarios; y así, apartó luego en su tienda tres o cuatro de aquellos que le parecieron más entendidos o principales, y les preguntó con Marina por los señores que había por aquella tierra. Ellos respondieron que toda era del gran señor Moctezuma, aunque en cada provincia o ciudad había señor por sí, pero que todos ellos te pechaban y servían como vasallos y hasta como esclavos; e incluso que muchos de ellos, de poco tiempo a esta parte, le reconocían por la fuerza de las armas, y le daban parias y tributo, que antes no solían, como era el señor de Cempoallan y otros comarcanos suyos, los cuales siempre andaban en guerras con él por librarse de su tiranía, pero no podían, pues sus huestes eran grandes y de gente muy esforzada. Cortés, muy alegre de hallar en aquella tierra unos señores enemigos de otros y con guerra, para poder efectuar mejor su propósito y pensamientos, les agradeció la noticia que le daban del estado y ser de la tierra. Les ofreció su amistad y ayuda, les rogó que viniesen muchas veces a su ejército, y les despidió con muchos recuerdos y dones para su señor, y que pronto le iría a ver y servir.